miércoles, 10 de febrero de 2010

“NACIONAL II” MURIÓ DE UN BOTELLAZO EN LA CABEZA EN LA PLAZA DE TOROS DE SORIA


Por El Zubi
El torero aragonés “Nacional II” murió el 6 de octubre de 1925, a consecuencia del botellazo recibido en la Plaza de Toros de Soria, en el transcurso de una trifulca ocurrida en los tendidos donde se encontraba como espectador. Contaba 28 años y se encontraba en el mejor momento de su carrera como matador de toros. El destino le había puesto la muerte en una plaza de toros, pero no para morir como cualquier torero, de una cornada, sino de un golpe en la cabeza propinado por un espectador con quien compartía el tendido. Sarcástico destino para un torero como él, que tenía todas las papeletas para morir corneado por un toro, pues Nacional II fue un torero de valor brutal y temerario que incluso ha pasado a la historia de la tauromaquia por su dramático pase “el puente trágico”. Cosas del destino.
Se llamaba Juan Anlló y Orrío, matador de toros aragonés nacido en Alhama de Aragón (Zaragoza), el 11 de enero de 1897, hermano de los también toreros Ricardo “Nacional I”, Eduardo “Nacional III” y Ramiro Anlló “Nacional IV”. Vistió por primera vez el traje de luces en Cáceres en 1918 alternando con los novilleros Pacorro e Hipólito. El 3 de agosto de 1919 hizo su presentación en Madrid, donde dejó una muy buena impresión a pesar de tener un toreo muy basto, violento y temerario.
El 21 de septiembre de 1921 tomó la alternativa en Oviedo de manos de José García “Alcalareño”, con toros de Matías Sánchez. La confirmó cuatro días mas tarde en Madrid con toros de la misma ganadería de manos de Luis Freg. Durante esa temporada obtuvo sonados éxitos que lo situaron en un lugar destacado del escalafón taurino. Sin duda fue un torero de valor, que se arrimaba mucho al toro. “Nacional II” supo mantenerse en la cima durante las temporadas sucesivas, siendo un torero solicitado y discutido en todas las plazas durante los años sucesivos. Se encontraba en el mejor momento de su carrera profesional como matador de toros, solicitado y admirado en todas las plazas de toros de España.
El 4 de octubre de 1925 asistió a una corrida en Soria como espectador, y allí murió víctima de un incidente que fue muy comentado por la prensa y la afición en todo el país. De tal forma la muerte de este valiente torero ocurrió al margen de su profesión.
Durante la mencionada corrida se suscitó una reyerta en la que tomó parte activa Juan Anlló, pues salió en defensa de uno de los espadas amigo suyo, que aquel día actuaban, Emilio Méndez, a quien un desaprensivo espectador dirigió desde el tendido unas frases ofensivas. Agriada la cuestión en términos muy violentos, de las palabras se pasaron a las manos y a la agresión personal, y “Nacional II” recibió un fuerte botellazo en la cabeza que lo dejó maltrecho, aunque en un principio no se le dio demasiada importancia a la lesión. El diestro herido, fue detenido por las fuerzas de seguridad y conducido a la celda de la comisaría de Soria, por haber participado en aquel escándalo que atrajo la atención de todo el público de la plaza.
Una vez en la celda se fue agravando el estado de Nacional II como consecuencia de la brecha que tenía en la cabeza. Avisada su familia se requirió la presencia de los médicos con urgencia. Allí mismo en la comisaría se le practicó la trepanación, que finalmente no sirvió para nada, ya que dejó de vivir dos días después, el 6 de octubre de 1925. Su muerte tuvo una amplia repercusión en la prensa, por ser él quien era y por la extraña manera de morir de un torero de valor.
Su muerte produjo una penosa impresión entre la afición taurina que le tenía un gran aprecio. Al respecto José María Cossío dice de él: “...así desapareció de la escena taurina un diestro en el que la valentía, el amor propio y la voluntad formaban una poderosa fuerza motriz, y por esto fue tanto más sensible para los aficionados tal pérdida”.
Juan Anlló “Nacional II” fue uno de los maestros más representativos del toreo aragonés, con un valor, según cuentan los críticos contemporáneos a él, rayano en la brutalidad. Se ceñía a los toros en los lances de capa y con la muleta. Para acrecentar el efecto echaba el busto sobre el morrillo de los toros, y debido a su gran estatura, la suerte producía una dramática sensación, a la que gráficamente llamaron en aquella época “el puente trágico”.

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