viernes, 30 de abril de 2010

ANTROPOLOGIA DE LA FIESTA Y SU INFLUENCIA EN LA CULTURA HISPANICA (Capítulo IV)


Por El Zubi

Hace unos años asistí a una corrida de toros en la Maestranza dentro del ciclo de la Feria de Abril. Eran aquellos años de intensa tensión y crispación política, 1995 creo,  entre el PSOE (en el poder) y el PP (en la oposición). Aquel año que se destaparon a la opinión pública varios escándalos, como el de Filesa, Ibercorp, el GAL, los Fondos Reservados,  y los trapicheos y trinconeos del ex-director general-sinvergüenza  de la Guardia Civil, Luis Roldán.  Recuerdo muy bien aquella corrida de toros: toreaba Ortega Cano,  Emilio Muñoz y Ponce. La corrida salió absolutamente mansa y blanda, toros como bueyes. Un desastre, por el aburrimiento y el desánimo en el público. En el cuarto toro y ante la falta de fuerzas del bicho que cayó de nuevo al albero, en uno de esos silencios de la Maestranza, sonó una voz profunda desde los tendidos de sol que dijo: “Estos toros  son  también unos corruptos”, expresión que, ante el evidente aburrimiento de la tarde,  levantó una fortísima ovación de toda la plaza, que imagino, debió dejar bastante desconcertado al maestro Ortega Cano que lidiaba en esos momentos al segundo de su lote. En esta pasada Feria de Abril, en la 13ª de Feria, ocurrió durante la lidia del sexto toro, que salía del caballo suelto y sin ganas de pelea. Le tocó en suerte a Alejandro Talavante. El público de la Maestranza muy discreto y educado siempre, estaba ya muy aburrido y deseando que la cosa acabara, después de aguantar en los tendidos una tarde lluviosa y gris y una corrida más mansa que los cabestros que estaban en los chiqueros. En uno de esos silencios que sólo se viven en la Maestranza, desde los tendidos de sol sonó una voz fuerte y recia que dijo como una sentencia: “Canorea… ¿dónde has comprado los toros… en los chinos…? La carcajada  y la ovación cerrada fue de toda la plaza que agradecía así una gota de humor en una tarde tediosa y amargante. Estos son dos ejemplos de como en una corrida de toros se puede palpar la psicología, la sabiduría y el sentido del humor del pueblo llano.
Pedro Laín Entralgo apuntó acertadamente la idea de que “para España y para la Humanidad valieron más ’Paquiro’ y ‘Cúchares’, productos específicos de la vida española, que cualquiera de los petimetres afrancesados del Madrid de 1.800 que andaban en el gobierno o en torno a la corte del Rey”.  Es curioso como a las etapas ya pasadas de nuestra historia, se las identifica no solamente con quien reinó o mandó con tal o cual Gobierno, sino por los toreros que mandaron  en la Fiesta en esos años. Por eso no es raro oír  frases como: “En tiempos de Lagartijo y Frascuelo ...” o “Aquella  Sevilla de Joselito y Belmonte “, o  “la Córdoba del Guerra o de  Manolete”. Por eso hay que admitir que la Fiesta  de los toros forma parte de nuestra psicología nacional.  Pérez de Ayala decía que estas frases  son “elogiadores del tiempo pasado”.
De otro lado, no han faltado en la historia reciente, interpretaciones psicoanalíticas de la Fiesta de los Toros, interpretaciones psicológicas del subconsciente humano, de la relación que se establece entre el toro (que para algunos psicoanalistas simboliza al hombre) y el torero  (que simboliza a la mujer). Aunque otros psicoanalistas piensan que el torero es el hombre y el toro la mujer imagino que por el hecho de que el torero penetra al toro con el estoque, un símbolo “fálico” sin duda. Aunque esto es lo que dicen algunos psicoanalistas. El escritor Fernando Sánchez Dragó por ejemplo, lo ve de otra manera y habla de la plenitud erótica que puede dar el torear a gusto. Esta teoría me parece más razonable que la anteriormente mencionada, y la refuerza aquello que dijo el maestro Antonio Chenel “Antoñete”, al referirse a aquella histórica faena que la tarde del 15 de mayo de 1966,  hizo en las Ventas al famoso toro blanco “ensabanáo” de Osborne con la que el torero madrileño protagonizo una de su varias resurrecciones profesionales, y tal vez su gesta taurina más importante. Antoñete manifestó: “A Atrevido (que así se llamaba aquel toro), no lo toreé, lo amé intensamente como se quiere a una mujer. Cuando pasaba bajo mi mando el placer me inundaba. Temblaba por dentro, gozaba como nunca”. La frase como habrán comprobado es más que ilustrativa, es definidora de lo que un torero puede sentir  cuando torea a gusto a un toro. Cuando seiscientos kilos de muerte te rozan la taleguilla y te embraguetas, te despatarras, y  no notas las piernas y parece que flotas y tocas la gloria, y toro y torero son casi una misma cosa, igual que el enamorado en brazos de su amada siente la unidad y la plenitud de la vida, en  el momento culmen de la comunicación entre un hombre y una mujer. 
(Continúa mañana)

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